lunes, 27 de junio de 2011 | By: Circleliteratus

Tu-Shum y el árbol - Yván Silén

Buddha significa “aquel que ha
despertado” de un sueño.
D. T. Suzuki

La luz era negra.

Un niño ciego se levantó antes de la aurora y se marchó a donde se hallan los robles. Aunque el rocío caía lento, el niño se sentó y conversó con el árbol. Hablaron de las hojas y del viento, pero no hablaron de los pájaros. El árbol no dijo nada; el árbol guardó silencio. El niño ciego tomó un poco de silencio como si fuera un nido y se lo guardó en el bolsillo.
–Esta noche soñaré contigo– le dijo al árbol.

El árbol habló de las hojas.

Al otro día el niño se sentó delante de su casa, pero el árbol no había venido, no había llegado. Molesto, se puso de pie y caminó hacia el bosque. Allí estaba el árbol solitario en medio del bosque. El niño lo tocó, lo oyó y supo que hacía hojas.

–¿Qué escribes?
–Escribo pájaros--dijo.

El árbol y el niño rieron y decidieron jugar hasta que saliera la luna. Decidieron ser el otro que lo miraba y lo abrazaba. El niño se quedó serio como si soñara los colores de las tardes amarillas e interrogó al árbol. “¡Nada!”--dijo el árbol. “Todo será falso. Tú serás yo y yo seré tú. Todo será igual. Todo será lo mismo.”

–Pero no veo nada--contestó el niño.
–Ni yo tampoco.

Cuando la luna titubeó entre los pinos el niño se quitó las sandalias y entró al árbol. El roble, volátil, inmenso, lamoso, casi oscuro, caminó hacia la casucha del bosque. Como si supiera el camino siguió el tao de las hojas. El sonido era grato. Durmió con las inquietudes de los niños, con los sueños terroríficos y lujuriosos, pero soñó impaciente. Soñó que su casa era blanca como las hojas aljófares de los árboles álficos. Soñó que se llamaba Tu-Shum. Y antes que los ruiseñores cantaran a la luz de las linternas tomó su té verde que la madre le había preparado y se detuvo en el umbral de la puerta que daba hacia la tenuidad de los sueños.

Despertó.

–¿Qué te pasa, Tu-Shum?
–Pienso en los sueños.
–¿Piensas en la muerte?
–Pienso en la nada.
–¿Quiéres comer?
–Ya estoy despierto.

Caminó en la brevedad de las rúas. Cuando llegó al árbol el niño ciego salió del árbol y entró a su cuerpo; aquél hizo lo mismo. El árbol se alegró de oír su corazón de sabia y sacudió sus ramas. Hablaron toda la mañana, compartieron los sueños, porque el sol del otoño era tibio. Al mediodía el árbol se quedó extraño, huraño, grave y pensando. El niño se subió al columpio y comenzó a cantar la canción de los hombres que parten. El árbol lo llamó quedo:

–Tu-Shum--le dijo el árbol con la voz de la madre. El niño lo contempló, detuvo el columpio y se bajó de él.
–Dime.
–Te tengo un secreto.

El niño sonrió como si se hubiera bajado de la cama. Buscó sus sandalias, se miró al espejo y contempló su té verde en la pequeña cocina de la madre. Se inclinó sobre él y lo bebió delicadamente.

–¿Cuál es el secreto?
–Que todo es nada--le dijo el árbol.
–¿Como el sueño repetido de las noches?
–Todo es como tú y como yo.
–¿Cómo el bosque?
–Y como la casa.

Callaron un momento muy breve como si estuvieran bebiendo agua a la orilla de los ríos del samsara. El niño caminó hacia los estanques en donde había sombra del árbol y se miró en lo profundo del sonido. Éste era breve. Miraba y miraba y sólo oía el olor de sus manos. Entristecido, decidió caminar el mundo. Decidió regresar a la casa y no dijo una sola palabra. Esa noche soñó desoladamente. Esa noche soñó la nada. El árbol, que también había soñado, lo vio cavando entre los muertos. Cuando Tu-Shum abrió los ojos lo oyó detenido en la ventana. Lo miró profundamente hasta no ver nada y hablaron, discutieron y soñaron hasta que se les acabaron las palabras. Sintieron la pobreza y sintieron la riqueza. Antes que las palomas se despertaran, caminaron hacia la luz deshecha de la aurora en donde nacían los jardines. A veces los portones, las verjas y los espejos eran lilas, otros eran amarillos; algunos instantes eran azules, extraños o rosados.

–¿Qué haces?
–¡Nada!
–Siempre estás haciendo nada.
–No sé lo que es hacer nada.
–¿Eres tonto?
–No sé lo que es ser tonto.
–Contigo no se puede hablar.
–Creo que eso es la nada.

La madre lo miró y contempló el estado rosado de sus ojos como si se le hubieran roto los capilares, como si el ocaso la mirara desde el niño. Tu-Shum se reclinó hacia atrás y volvió a mecerse en el columpio. Estaba solo. Anochecía o amanecía. Las cadenas del columpio chirriaban. Por encima de los árboles la neblina se acumulaba. La madre, regresando, sin decir palabra, se restregaba las manos en el delantar de las mariposas muertas. Su hijo sonreía como si fuera otro. Sería como si no lo conociera. Sintió miedo. Los ojos de Tu-Shum se tornaron verdosos. Las mariposas volaban.

***

La madre se levantó temprano y lo buscó por la miseria y lo precario de la casa. La chimenea echaba humo. No había nadie. La luna era temible. La madre preparó el té verde y aguardó por Tu-Shum toda la mañana y toda la tarde hasta las primeras brumas del ocaso. Comprendió que era inútil. La soledad y el silencio eran compacto.

En el sendero el árbol y el niño ciego conversaban. El niño se subió a las ramas y amarró la soga. Cantaba con esa voz extraña que poseían los eunucos. Entonces se inquietó. Antes de soñar miró hacia lo profundo de sí.

–¿Tú crees que alcanzaremos a la nada?
–No debe andar muy lejos de aquí.
–¿Crees que alcanzaremos a los sueños?
–Mejor debes bajarte de la soga.

A lo lejos, entre el árbol y la casucha, la madre contemplaba la silueta. El viento era tibio. La soledad era precaria. Y Tu-Shum miraba torcidamente. Tu-Shum cantaba roto. La madre lo bajó de la soga. Llovía lento, tosco, oblicuamente. La aurora era negra.

La madre se levantó infinita.


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