domingo, 30 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

Alejandra Pizarnik - La Ultima Inocencia...

Partir
en cuerpo y alma
partir.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.

He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más fila para morir.

He de partir

Pero arremete ¡viajera!



Alejandra Pizarnik - Exilio...

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.


(para nosotros...) :)

miércoles, 26 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

M.A. Segarra - Nada...

Me hice una sombra de tierra y arena,
oscura y gris como un pantano.
No supe alucinar, romper el fuego y desatarme con ojos furiosos
fuera de abismos hondos,
porque me detuvieron antes de nacer como un símbolo de nada y
vine como una señal ignota a crepitar por el vacío.
Me adulteraron la muerte...
solo me dejaron los ojos arrugados
llenos de ramas secas que oscilaban en mi como un carnaval de liebres
sucias,
soy la madre triste de mi y la hermana a la que basurearon,
soy la última luna de un espacio perdido,
sin un pasado que sonreir...
me degollaron en una vagina estrecha
y pusieron un sello de palabras...

Fuera de mi... yo
dentro de mi... nada

M.A. Segarra

Osvaldo Lanborghini - El Niño Proletario

domingo, 23 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

Luisa Castro - Mordiendo por las calles a los hombres que se aman...


Algunas palabras para perder la vía,
algunas palabras, que no falten palabras,
quiero saber
el lugar
que
ocupa
mi
odio, quiero saber dónde se puede encontrar
una tienda del mejor
de los vinos
del vaso de la palabra.

Atentos al dolor, sí, sí,
atentos al dolor como en los huesos poderosos de mis
piernas,
atentos al regreso de los hombros
o la tierra hacia las ascuas.

Quiero saber cómo se cae a las llamas,
cómo se cae a la hoguera alta
y doble del
dolor mejor de todo dolor. Yo soy
un ángel falto de recursos, no me mires, voy
hecho lentamente
con el corazón pobre de pobreza de ángel,
con la indigencia en el centro
atento
como un noble mensajero del error
al dolor
de los mamíferos.

Cómo se me vierte el fuego en la raíz
de la lengua y la carne
empieza a oler a campana que no cesa. Es terrible,
es terrible
no conocer el mundo de las aves inferiores,
sus migraciones, vuelos,
averías, de las cornejas tan útiles, de las
golondrinas ignorantes y ciegas,
de las gaviotas tristes como
otoños.

Mirad, mirad, es tan terrible esto,
yo creo adivinar la sangre de
los míos, es larga, aguda, cruel, se necesitan
trajes
para verlo. Como mi sangre
que va
mordiendo viñas, que va
mordiendo
cuerpos, que va con dientes y con sangre
mordiendo por las calles a los hombres que se aman
saliendo de los cines.

Yo vivo en una ciudad pétrea y
a veces
somos pasos.

Se pueden ver arrastrando a nadie,
se pueden ver
lustrosas cabelleras,
tres o cuatro pasos solos,
duros,
precisamente amargos golpeando
la tarde y las cenizas
brillantes
como lluvia.

Y las mujeres que cuento en mi cabeza, que recuento,
que olvido,
sus vestidos azules que tendré que colgar, sus
dolorosas manos, vírgenes verdaderas.
Las mujeres que mi madre me abrió para que no empezase
todos los versos con su nombre. Para que no empezase
todos los versos con su vidrio de nombre.
Todas las mujeres que
recuerdo
buscando un duro cuenco donde albergar el vientre.
Todas las mujeres que mi madre me abrió.

Pero perdón, el mundo.

Pero perdón, la noche de los gendarmes
que me araña el pezón
Y me pide consuelo.

Todo eso, perdón, yo soy
un ángel.
Mi odio es infinito.
Mi odio espera el odio con olor a mantel
y derramado vinagre, ese odio
que se mea en el tacón de las bibliotecarias
hasta que nacen lirios
y la tierra empantana los taxis vigilando
una escuela.
Sí que conozco esa lluvia de dolor,
sí que conozco esa muñeca herida por el odio.

Y a veces las alas comienzan
a pesarme
y sobrevuelo el polvo
porque más allá de la muerte, más allá de la muerte
mi odio seguirá repoblando los bosques.

Puedo pensar que no, y entonces
hay un árbol.
Como un número blanco, como una ola de algas
tu cuerpo
largo y libre, algo lejano y mío, mío
hasta el desastre.
Un árbol con su techo delante de mi alma.

Será merced a mi alma que se va
con el primer ingrato de septiembre
o la milicia
que no espera
por una vez, por una sola vez,
para meterme en tu lengua ávida y rota
y perdonar al circo tanto asunto de valor,
tanto temblor,
tanta ruina con leones despeinados.

Mi amor, si digo esto mis ojos
crecen y
sonrío
pero, mi amor, si digo esto tu boca se parece a una tribu
roja que golpea cristales
y es el olor de las amigas que amé
tanto
detrás de un cementerio.
Mi amor, mi amor, y como este cuerpo que toco
alguna vez
una alegría sin centro me despierta en la noche
que no termina aún, que no acaba
y todo se ve azul
hasta morir
y yo habría de tener hierro en las manos
y quedarme. Tener
los pies, los días, las orejas,
los pechos y las alas
con hierro
y quedarme.

Esta es una canción desaparecida
para cantar con los brazos extendidos y los ojos
cerrados
y las rodillas
en el fango tormentoso de la culpa
mientras cae una lluvia de arcos y volutas milenarias.

Es más dulce mi cuerpo;
aquí está con medallas y
caderas, con el verbo del tabaco y la hojarasca.
Es más dulce
así
con huellas diminutas de dientes de ave viva
en mi sexo como una ropa
antigua que devora
la sal, en los pechos enanos como pruebas, retenidos
y aún distantes, enemigos para siempre,
y en la cintura que ardió
con muertos, barricadas, botellas,
armaduras
y un almanaque inútil con la fecha del ocho
y los niños del valle, los perros y las cañas.

Ven, amor, a degollar conejos encima de mis
nalgas.
cuánto tiempo he de esperar, cuánto tiempo
he de esperar.

Además
el silencio de la tierra que
no dice
palabras, que no dice
estertor,
que no dice
colegio ni cita mayo alguno.

Cuánto tiempo he de esperar.

Luisa Castro - Reflexiones Hipnagógicas

I
Imposibilidad del amor turco,
del amor que se arrecia en una estampa de niña desnutrida,
en un candente gesto de impotencia acribillada,
en la necedad y en lo vacío de unas muertes gratuitas
con su odio de vejeces aceleradas bajo la tristeza más simple
que se nos iba perdiendo -otro abandono más para nuestras vidas
sin lirismo.
Porque es lo inaudito
amarse en las basuras de una noche de viento
confundiéndonos del delirio infantil
y perverso de los gatos, contagiando
nuestros cabellos de la perfección y
la morosidad de la piel de las patatas,
embelleciéndonos los trajes con el contacto de la sangre
púber
que derrocha este desorden nocturno de finales de guerra
y destrozos humanos.
Punto. El viento.


II
Para encontrar pronto la Henoc robustecida de tu estrofa
donde también tenga cabida el amor en toda su vastedad
de azules.
Temprano es una palabra no muy bella que exige mujeres
repentinas y constelaciones espontáneas.
Quizá no sea preciso hablar de una truncada estrella
en las alcobas cuando algún crimen corrobora
la lentitud y la paciencia de unas medias desmayadas sobre
el suelo.
Y luego el acento agudo de tu risa tónica
clavándoseme en unas sangres que destila mi tristeza
atareada con las cosas más urgentes
desbaratándome un verso con su imprudencia de pájaro
cosiéndome los labios a pares suicidas
mutilándolos para lo más dulce,
negándoles tus arañas.

III
Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura
sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,
en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura
con un desayuno tardío
y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer
que aún no sé, no sabes, si se han muerto, si van a
comprar la libertad de su poema
o si tienen que vivir
para una madre enferma de naufragios;
la historia siempre interrumpida por la inminencia
del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,
la historia siempre interrumpida,
la historia siempre, siempre. Al final
siempre aquella cosa del término y el cierre,
la clausura,
el final.

IV
Pero ahora vamos cayéndonos en este desagravio de las fuerzas
y una ordenación de paralelas fijas
entreteje nuestros tiempos
señalados, abocados a la causa de las calles más anónimas
y mares y atmósferas tumultuosas y suburbios de palabras,
arrabales de gestos imprecisos, atajos peligrosos de llegar
antes de las diez para atrapar las primeras uvas
que desgaja el día.
Es la guerra, ya.
Atiende, esta es la hora
propicia
para decir cosas como levántate, te amo, es tarde,
mi amor, qué tomas, sólo queda café y leche,
y cómo
nos queremos, decir no quieres más, estás cansado,
mi amor, mi amor, atiende,
son ya las diez
(cómo te maldigo),
la guerra ahí afuera,
y tú, etcétera, márchate.


V
Habremos de volver, en todo caso, a la espesura,
a la concatenación de los días,
purgándonos el alma con dos soles de amianto,
haciéndonos las uñas con una suavidad de oficio
sin quebrantar las reglas de la moral que presiden los retratos
blanquinegros de las casas.

Volveremos siempre,
aunque sea cierto que nunca se retorna,
aunque Nietzsche tenga o no la razón,
y nosotros
(indefensas criaturas de la fonética más ardua)
no sepamos escribirles el nombre a los filósofos, no sepamos
consumir
el goteo milenario y lentísimo de las estalagmitas,
aunque afuera, en el río callejero de los claxons
nos aturda un viento claro de poniente,
una confusión
de abreviaturas y escaparates.

VI
Pero ¿es necesario que te ausentes para el hambre?
No, dime que no como se dicen las canciones, t
dí no como una canción apenas retenida,
duda no para que la canción sea más lírica y
romance.
No vamos a volver al filo estrecho de los meses,
no vamos a ser la estatua de sal,
la mujer de Lot,
la destrucción de un renunciar,
de un abdicar,
de una puerta maltratada.

Y el abandono delante de las ventanas encendidas,
el abandono de un hombre-sombra borrado de la historia,
un hombre que apenas es objeto oscuro, macizo,
recortado, opaco, impenetrable
tras la luz que desbarata y obstruye
los sentidos,
la luz mortificante de ver cosas,
la luz que destruye y minimiza
el horror
de ser un ave bajo tierra.

VII
Es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
malogrados de la infancia.
dejemos los mediodías abiertos para los últimos
pobladores de la noche,
apenas Se te ve ya entre tanto rayo creador
y tanta renuncia de larvas.

Renunciar es esto.

Un temblor de temores bajando las escaleras,
cayendo hacia los portales barridos
y solitarios,
un agolpamiento de polvo, de tierra fértil y de
frutos dibujados en el movimiento súbito
de tu paso meteórico y fugaz
como Una ausencia de niños pálidos.

Tanto hueco.

Ausentarse es esto.

Así,
es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
aunque tu recorrido dure lo que duran las abejas.

VIII
Cómo he de decirte que vengo de beber de tus sequías,
cómo voy a contarte mi febril búsqueda de rastros
en tu cuerpo abandonado.
Otra cosa es la lluvia y los morteros patriarcales,
las herencias seculares de comerse una manzana,
las costumbres y atavismos de monedas insectívoras,
tu rostro adaptado a la geografía universal del hombre ameba.

Pero llego y se te borran los ojos,
las crines
de semental confuso se te vuelan
y ya no quedan en la superficie de tu cuerpo
estigmas de raza, edad, sexo o condena a muerte
y sólo eres ya una cosa rosa mate de pesada traslación
e ingente abrazo.
Eres únicamente una carne ciega y útil,
una carne abierta que maneja mis palabras,
carne viva, animal puro, sin timbre humano,
aproximándose al ser-latido, al primer peldaño de tu
génesis
violácea,
recordando el primer árbol, la primera gota,
el primer silencio.
Y entonces es cuando te amo, ciertamente.
No hay un amor suicida para cada minuto de cada catástrofe,
otra cosa es el olor que dejas en los pasillos
cuando es necesario que te vayas a la guerra,
mi amor,
a la guerra callejera del inmueble y la agonía.
Ah, el amor de nunca
retenido en los estantes suntuosos de la tradición amable,
pisado de polvo, arañado, entristecido,
apenas soleado, a una esquina de la muerte,
alguna vez te diré que no me angustia
este amor tártaro,
que solamente preciso de tu cálida carne siberiana.

sábado, 22 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

Leopoldo Castilla - Nunca

A Daniel Moyano


Es la misma mosca
bramando
en el mismo verano,
la misma vela temiendo por las habitaciones
y en su horca
el trueno;
el mismo niño ese hombre con el agua al pecho
bajo los cielos asustados.

No hay quietud
la sombra de ese árbol
esta copa de vino
un relincho
esparcen toda eternidad

Tu y yo,
cada crepitación de la vida
y el astro seco
como una máscara
en el vacío
somos infinitos
infinito
cada sollozo
cada paso que das y el que no has dado
y una pluma que cae
y detiene la tierra
y el último estertor
que añade un laberinto.

El hombre
cría un animal, un caballo, un toro,
como quien alimenta a un dios antiguo
hasta que uno de los dos se lleva en los ojos
la extinción del otro
y es lo simultáneo
de la vida y la muerte
lo que tienen de inolvidables.

Cada vez que recuerda
es de nuevo poblaciones
un hombre solo
procreando derrumbes.
Dentro de esos lentos vendavales
resiste
su criatura
emblemática y ácida
como una joya carnívora.

Nada lo contiene
es la misma marea en su antiguo abismo,
la misma inmensidad que expulsan
un hombre ciego
y una mariposa quieta,
la misma lengua
de la piedra haciendo piedra,
del pájaro
llamando al agua,
del trapo que se acobarda
en el cerebro de un loco.

No hay fugacidades
así como el mar día a día
llega, brillante, a su propio funeral
así
no cabes en tu tiempo
tu segundo está lleno de enormes batallas.

En el instante
no hay pérdida ni huida,
de esa breve eternidad
tenemos
la física de la leyenda.

No es el hombre un enigma
es que no hay nadie en él.
Su único don es mundo.

Hay, sin embargo, un sitio que no pertenece al universo
una grieta
que se fuga del mundo
y no retorna nunca :
y es cuando el hombre sabe que se muere.

Le queda grande la luz,
como colgajos
los días que le faltan,
que reptan dificultosamente
entre los amedrentados muebles del salón
y es inútil acudir en su auxilio
porque él, mudo, frente a una ventana
le ha dado
su palabra
a la muerte.

Ya no oye
los nombres de su vida lo han abandonado
son como piedras
ahogadas
en los arenales
de su alrededor.

Mientras el salón se desordena
en una meticulosa desesperación
todo lo que lo rodea intenta un arco
que desciende y no cae
un hueco que sobresalga
una señal que lo ocupe
antes que no le quede nadie
pero él no tiene dónde
es la frontera.

Asilado en su nombre
absoluto en el sillón
discontinuo
fuera de la naturaleza

uno lo llama y gira la cabeza y nos mira
mientras el pasado lo deshora
y torna, último, a la insolación,
a fijar sus ojos
antes de que la ventana se desclave

mientras el mundo se va de su cerebro
como una luna lenta.

El muerto
difunde su instante profundo
desde lejos mueve una hoja, vuelca un vaso,
abre una puerta sin viento
para despedirse,
asola
con desahuciada luz
las poblaciones de sus cinco sentidos
y le devuelve
a la amada una tarde,
la sangre al hijo,
el hueco a la madre,
restituye su nombre al enemigo

toca, todo su deseo toca los desalmados
cabellos
de su mujer dormida,
entonces los objetos
sollozan estériles futuros
y la casa de llena de asfixia y tempestad,
de premoniciones.

De pronto
todo cesa.
Y es él, cayendo en otra latitud,
esa gota desorientada en el borde de la mesa,
es él
insepulto
en esa mariposa
diciendo adiós
a su propia forma.

Lo sentirás ensordecer
con su ala de harapo
la levedad del mundo
vagar como un pez
perdido en la luz del espejo
desahogando
su insondables ropas
de finado

sabrás que estuvo
porque el día que adviene
no tendrá presente.

¿Cuál será, ahora, su comarca ?
¿La desazón de la luz,
la luna enferma dentro de las habitaciones,
un basural, sin recordar,
huyendo ?

Vengo llovido
por sus aguas seniles y brillantes
han ahorcado
con sus inversos
sietemesinos
aires
las hojas del árbol de mi casa
me han soltado
vacas en pena
como muebles amarillos
en el corazón.

Huero y sagrado
soy el cubil
la boca de salida de mis muertos.
viernes, 21 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

M.A. Segarra - Caído...

Acaso habrá letras para ti,
y la metamorfosis que el tiempo asciende,
con las hebras en la mano que se quedaron
después de la huida, en las uñas.
No son letras de amor, ni odio,
de consuelo ni tropezadas en el cadalso de alguna
aurora que haya quedado sola cuidando brisas,
son las letras del recuerdo trepidante en el agua,
la coronación rota de un reinado caído...
Qué empeño de asesinarte antes de nacerte
y seguir muriendo
y desandando como un indigno en la hoguera...
Letras para ti sin aniversarios, ni fundamentos, sin valor,
acaso las tuyas guardarán las miserias y mentiras
de tu boca y la boca ajena...
Has encarnado todo aquello que has odiado
se ha convertido en piltrafa podrida tu propia lengua.

Nadie te pelea el trono.
Es tuyo... corre a poseerlo!

M.A. Segarra




Pablo de Rokha - Biografía... 17 Poemas



(...)

Julio Cortázar - La Patria



Esta tierra sobre los ojos,

este paño pegajoso negro de estrellas impasibles,

esta noche continua, esta distancia.

Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,

pobre sombra de país, lleno de vientos,

de monumentos y espamentos,

de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,

escupido curdela. inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,

repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando

de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.

Pobres negros.

Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,

dónde el que come los asados y te tira los huesos.

Malandras, cajetillas, señores y cafishos,

diputados, tilingas de. apellido compuesto,

gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,

centrofordwards, livianos, Fangio solo, tenientes

primeros, coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos

bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,

secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,

contraflor al resto.Y qué carajo,

si la casita era su sueño, si lo mataron en pelea,

si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva. -

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

Te quiero,. país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,

te quiero, tacho de basura. que se llevan sobre una. cureña

envuelto. en la bandera que nos legó Belgrano,

mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate

con su verde consuelo, lotería del pobre,

y en cada.piso hay alguien que nació haciendo discursos

para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.

Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,

pobres blancos que viven un carnaval de negros,

qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,

en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,

en los ranchos que paran la mugre de la pampa,

en las casas blanqueadas del silencio del norte,

en las chapas de zinc donde el frío se frota,

en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.

Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,

vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,

tercera posición, enegía nuclear, justicialismo, vacas,

tango, coraje, puños, viveza y elegancia.

Tan triste en lo más hondo de1 grito, tan golpeado

en lo mejor de la garufa, tan.garifo a la hora de la autopsia.

Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo

saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,

no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.

La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,

ser argentino es estar triste, ser argentino es estar lejos.

Y no decir: mañana,

porque ya basta con ser flojo ahora.

Tapándome la cara

(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)

me acuerdo de una estrella en pleno campo,

me acuerdo de un amanecer de puna,

de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,

de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos

quemando un horizonte de bañados.

Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles

cubiertas de carteles peronistas, te quiero

sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,

nada más que de lejos y amargado y de noche.

Eugene O'neill - Deseo bajo los olmos (Teatro)



miércoles, 19 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

José Ingenieros - El Hombre Mediocre...(Fragmentos)

“Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana.”

“Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad…”

“Lo poco que pueden todos, depende de lo mucho que algunos anhelan”…

“Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere”…

“Los idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que los oprimen. Resisten la tiranía del engranaje nivelador, aborrecen toda coacción, sienten el peso de los honores con que se intenta domesticarlos y

hacerlos cómplices de los intereses creados, dóciles, maleables, solidarios,uniformes en la común mediocridad. Las fuerzas conservadoras que componen el subsuelo social pretenden amalgamar a los individuos, decapitándolos; detestan las diferencias, aborrecen las excepciones, anatematizan al que se aparta en busca de su propia personalidad. El original, el imaginativo, el creador no teme sus odios: los desafía, aun sabiéndolos terribles porque son irresponsables”…

“Las existencias vegetativas no tienen biografía: en la historia de su sociedad sólo vive el que deja rastros en las cosas o en los espíritus. La vida vale por el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal; las canas d enuncian la vejez, pero no dicen cuánta juventud la precedió”…

“Muchos nacen; pocos viven”…

“El hombre mediocre aspira a confundirse en los que le rodean; el original tiende a diferenciarse de ellos”.

“En la ostentación de lo mediocre reside la psicología de lo vulgar”.

“Heine dijo: los charlatanes de la modestia son los peores de todos; y Goethe sentenció: Solamente los bribones son modestos”.

(Sobre la Maledicencia) “ Detestan a los que no pueden igualar, como si con sólo existir los ofendieran. Sin alas para elevarse hasta ellos, deciden rebajarlos: la exigüidad del propio valimiento les induce a roer el mérito ajeno.

Clavan sus dientes en toda reputación que les humilla, sin sospechar que nunca es más vil la conducta humana. Basta ese rasgo para distinguir al doméstico del digno, al ignorante del sabio, al hipócrita del virtuoso, al villano del gentil hombre. Los lacayos pueden hozar en la fama; los hombres excelentes no saben envenenar la vida ajena”.

“Los maldicientes florecen doquiera: en los cenáculos, en los clubs, en las academias, en las familias, en las profesiones, acosando a todos los que perfilan alguna originalidad. Hablan a media voz, con recato, constantes en su afán de taladrar la dicha ajena, sombrando a puñados la semilla de todas las yerbas venenosas. La maledicencia es una serpiente que se insinúa en la conversación de los envilecidos; sus vértebras son nombres propios, articuladas por los verbos más equívocos del diccionario para arrastrar un cuerpo cuyas escamas son calificativas pavorosos”.

“El escritor mediocre es peor por su estilo que por su moral. Rasguña tímidamente a los que envidia; en sus collonadas se nota la temperancia del miedo, como si le erizaran los peligros de la responsabilidad. Abunda entre los malos escritores, aunque no todos los mediocres consiguen serlo; muchos se limitan a ser terriblemente aburridos, acosándonos con volúmenes que podrían terminar en el primer párrafo”.

“El hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está ya viejo, irreparablemente”…

“Entre nobles caracteres la amistad crece despacio y prospera mejor cuando arraiga en el reconocimiento de los méritos recíprocos; entre hombres vulgares crece inmotivadamente, pero permanece raquítica, fundándose a menudo en la complicidad del vicio o de la intriga. Por eso la política puede crear cómplices, pero nunca amigos”…

domingo, 9 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus
martes, 4 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

La persecución del ángel...

Hoy el cielo huye como un ave huyendo del frío
las escalinatas hoy están vacías del perfume de la gente
hay pequeñas nieblas aglutinadas esperando...
Es un momento extraño, de extraños minutos,
como que duele y se dispersa lento
como que se derrumba de alguna parte y se niega...
coyunturas rotas y almas dispersas.
Esta tan lejos que puedo hacerme migajas en el tiempo
y no podría ver la luz de las esmeraldas...
Es solo un paso y otro más hacia la muerte
y el escándalo del vuelo que cae estrepitosamente
y terrible sobre las piedras.
Un ángel me persigue...
y ni me ve.

Maria Antonia Segarra
sábado, 1 de octubre de 2011 | By: Circleliteratus

Allen Ginsberg - América




América, te lo he dado todo y ahora no soy nada.
América, dos dólares y veintisiete centavos. 17 de Enero de 1956.
No aguanto mi propia mente.
América, ¿Cuándo pondremos fin a la guerra entre seres humanos?
Que te jodan a ti y a tu bomba atómica.
No me siento bien, no me molestes.
No pienso escribir este poema hasta que esté cuerdo.
América, ¿Cuándo nos portaremos bien?
¿Cuándo vas a desnudarte?
¿Cuándo vas a mirarte a través de la tumba?
¿Cuando serás merecedora de tu millón de trotskistas?
América, ¿Por qué están llenas de lágrimas tus bibliotecas?
América, ¿Cuándo enviarás tus huevos a India?
Estoy harto de tus absurdas exigencias.
¿Cuándo voy a poder ir al supermercado y comprar lo que necesite con mi cara bonita?
América, después de todo, somos tú y yo los que somos perfectos, y no el otro mundo.
Tu maquinaria es demasiado para mí.
Me haces querer ser un santo.
Debe haber otra manera de poner fin a esta discusión.
Burroughs está en Tánger y no creo que vuelva. Sería demasiado perverso.
¿Acaso tratas de ser perversa o es sólo una broma de mal gusto?
Intentaré ir al grano.
Rechazo renunciar a mi obsesión.
América, deja de presionarme. Sé lo que estoy haciendo.
América, las flores del ciruelo están cayendo.
No he leí­do los periódicos durante meses, cada dí­a alguien es juzgado por asesinato.
América, me solidarizo con los sindicalistas.
América, cuando era niño era comunista y no me arrepiento.
Fumo marihuana siempre que tengo la oportunidad.
Me siento en mi casa durante dí­as enteros contemplando las rosas en el armario.
Cuando voy al Barrio Chino me emborracho y nunca me acuesto con nadie.
Estoy convencido de que van a haber problemas.
Me deberí­as haber visto leyendo a Marx.
Mi psicoanalista cree que estoy perfectamente bien.
No pienso rezar el Padrenuestro.
Suelo tener visiones mí­sticas y vibraciones cósmicas.
América, aún no te he dicho nada sobre lo que le hiciste a Tí­o Max cuando volvió de Rusia.

Estoy hablando contigo.
¿O acaso vas a permitir que nuestra vida emocional sea dirigida por la revista Time?
Estoy obsesionado con la revista Time. La leo cada semana.
Su portada me mira cada vez que giro la esquina de la tienda de golosinas.
La leo en el sótano de la biblioteca pública de Berkley.
Siempre me habla sobre responsabilidad. Los hombres de negocios son serios. Los productores de pelí­culas son serios.
Todo el mundo es serio menos yo.
Y me da por pensar que yo soy América.
Estoy hablando solo otra vez.

Asia se alza contra mí­.
No tengo la más mí­nima opción.
Será mejor que tenga en cuenta mis recursos nacionales.
Mis recursos nacionales consisten en dos porros de marihuana, millones de genitales, un literatura privada no publicable que va a 1400 millas por hora y veinticinco mil sanatorios mentales.
No digo nada sobre mis prisiones, ni sobre los millones de desgraciados que viven en mis macetas bajo la luz de quinientos soles.
Ya he acabado con las casas de putas de Francia, Tánger es la siguiente.
Mi ambición es llegar a ser presidente a pesar de ser católico.

América, ¿Cómo voy a escribir una santa letaní­a con tu mal humor?
Continuaré, como Henry Ford, ya que mis estrofas son tan personas como sus coches.
Más aún, son todas de diferentes sexos.
América, te venderé estrofas a 2.500 dólares la pieza. 500 dólares de rebaja por tus estrofas viejas.
América, libera a Tom Mooney.
América, salva a los republicanos españoles.
América, Sacco y Vanzetti no deben morir.
América, yo también soy los chicos de Scottsboro.
América, cuando tení­a siete años mamá me llevaba a las reuniones de la Célula Comunista, nos vendí­an garbanzos, un puñado por entrada, una entrada costaba un níquel y los discursos eran gratis.
Todo el mundo era amable y solidario con los trabajadores.
¡Todo era tan sincero! No te haces una idea de lo bueno que era el partido en 1935.
Scott Nearing era todo un gran anciano, un verdadero mensch.
Madre Bloor me hizo llorar. Incluso una vez ví a Israel Amter con mis propios ojos.
Todo el mundo debe haber sido espía.

América, en realidad tú no quieres la guerra.
América, son ellos los rusos malos.
Los rusos, los rusos y también los chinos. Y los rusos.
Rusia quiere comernos vivos. El poder loco de Rusia. Quiere sacar nuestros coches de nuestros garajes.
Quiere llevarse Chicago. Necesita un Reader’s Digest Rojo. Quiere tener nuestras fábricas de coches en Siberia. Con su enorme burocracia controlando nuestras gasolineras.
Y eso no es bueno. Argh. Ellos enseñar a Indios a leer. í‰l necesitar grandes negratas.
Ah. Ella hacernos trabajar dieciséis horas al día. ¡Socorro!
América, esto es algo bastante serio.
América, esta es la impresión que te llevas al ver la televisión.
América, ¿Son así las cosas?
Mejor deberí­a irme al trabajo.
Es verdad que no me quiero apuntar al ejercito o manejar un torno en fábricas de repuestos.
De todos modos, soy miope y psicópata.
América, trataré de arrimar mi hombro de maricón.

Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental




No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos,
aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío,
no,
he de hacer algo,
no,
no he de hacer nada,
algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.

(Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alteró su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.

de El infierno musical, 1971


martes, 27 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus
lunes, 26 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus

Quién eres...

Te observaba bailar con máscara en el rostro una danza medieval.

Te escuché en Berna discutiendo con Einstein sobre la teoría de la relatividad y la resolución de las crisis y en un bar de Nueva Orleáns Louis Armstrong te acompañaba con la trompeta cuando cantabas.

Te olí en los perfumes de Augusto de Francia y en el rosedal de Buenos Aires.

Michael Douglas interpretó tu papel en la película el juego y pude verlo aplaudiendo de pie al borde de la butaca.

Caminaste por Jerusalén hacia el monte de los olivos infinidad de veces.

Sos el niño que veo jugando en la plaza y la madre sentada en el banco cuidando.

Sos el libro de Fernando Pessoa que leo de noche cuando no puedo dormir.

Sos el viento de este país lejano del sur y su eterna humedad.

Sos los perros que me siguen cuando voy al trabajo.

Sos el pino que veo por la ventana cuando escribo.

Sos las plegarias de los desdichados y sin hogar.

Sos las baldosas frías de mi habitación

Sos las velas que prendo y me dan luz y calor.

Sos el arco iris después de un día de lluvia.

Sos los papeles que imprimo y toco para dar informes.

Sos la butaca donde me siento para esperar que regreses.

Sos las canciones de Luis Eduardo y Silvio.

Sos poesía amor.


Nacho Constelación



miércoles, 21 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus

Fernando Pessoa - Antología

Fernando Pessoa - Poemas (Antologia)
martes, 20 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus
lunes, 19 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus

Guillaume Apollinaire a Lou... (Carta)

Navidad. Mi amor, hoy recibí dos cartas tuyas -estoy contento, contento!. Hace frío de perros y un sol magnífico. Tengo salida del cuartel el primero de enero; te telegrafiaré las horas de llegada. Alístate!.
.
Tesoro mío, perdona mi tristeza de las últimas cartas. No recibí nada tuyo. hoy recibí tus cartas VIII y X. Me falta la IX. yo no volví a numerar las mías porque me pierdo. Les pongo fecha y escribo todos los días. Del estómago estoy bien, me curó el cinturón de franela. Los detalles de mi permiso no podrían ser más vagos. Sé que tendré 48 horas, 24 de las cuales se irán en el viaje. Llegaré a niza de noche seguramente. Pero ya te telegrafiaré todo eso. Me pides mayor precisión, cosa que me gusta mucho, pero en la vida militar muchas cosas son imprecisas para el soldado raso. Además, el lema aqui es: “no hay que tartar de entender!. Yo te adoro, mi amor. Te deseo. Me meto dentro de ti con toda mi fuerza. Te estrecho y te acuno en mis brazos. Lanzo como un dardo toda mi fuerza vital en ti. Tomo tus labios. Amor, te deseo tanto que me haces rugir. Ahora, contesto tu carta X: dejo de estar triste, amor mío, desde el momento en que me amas. Y ya no sé a qué maldades hacías alusión. Sin duda al egóismo de Memé. Qué ha dicho ella respecto a mi compromiso?. Lo sé bien mi amor, nada podrá separarnos, pero esos días yo estaba sin noticias de ti., no sé porqué me puse celoso tontamete y supuse que te habrías ido a Marsella sin decírmelo. Sí, mi amor, nuestras palabras se han intercambiado y personas como nosotros no faltan a su palabra. Tienes razón al regañarme. Me vuelvo como una bestia cuando dudo y me enloquezco. Te confiaré todo. Pero a menudo mi nerviosismo me arrastra y mi imaginación me arrebata.
.
Lou, que bien sabes decir las palabras que consuelan. Eres un instrumento de música exquisita. Tus melodías me transportan al cielo. Tú eres mi música, mi poesía, mis nueve musas, mis tres gracias. Sí, mi amor, regáñame, no tengo derecho de dudar, pues siendo libres el uno y el otro nos entregamos libremente y debemos pensar como piensas tú, para ser dignos el uno del otro. Sí, mi amor, no hablemos de nuestra felicidad. Voy a escribirle esta noche a Rouveyre que te ha visto varios veces, que he tratado de flirtear contigo pero que no ha resultado, que somos buenos amigos, eso es todo. De manera que tú puedes, si le escribes, hacerlo en ese tono. Además, no es necesario que le escribas. Yo creía que Janes Mortier se había ido. Sí, feliz navidad mi amor. Nuestra navidad es nuestro amor. Lo dices tú, poestisa archidivina.
.
Hasta luego mi amor, te beso con todo mi corazón, con toda mi fuerza, te amo y te amo toda.

Guillaume.

viernes, 16 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus

Gandhi...



“Nadie puede lastimarme sin mi permiso”...
jueves, 8 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus

Georg Trakl - Canto del solitario

Armonía es el vuelo de los pájaros. Los verdes bosques
se reúnen al atardecer en las cabañas silenciosas;
los prados cristalinos del corzo.
La oscuridad calma el murmullo del arroyo,
sentimos las sombras húmedas
y las flores del verano que susurran al viento.
Anochece la frente del hombre pensativo.

Y una lámpara de bondad se enciende en su corazón,
en la paz de su cena; pues consagrados el vino y el pan
por la mano de Dios, el hermano quiere descansar
de espinosos senderos
y callado te mira con sus ojos nocturnos.
Ah, morar en el intenso azul de la noche.

El amoroso silencio de la alcoba
envuelve la sombra de los ancianos,
los martirios púrpuras, el llanto de una gran
que en el nieto solitario muere con piedad.

Pues siempre despierta más radiante
de sus negros minutos la locura,
el hombre abatido en los umbrales de piedra
poderosamente es cubierto por el fresco azul
y por el luminoso declinar del otoño,

la casa silenciosa, las leyendas del bosque,
medida y ley y senda lunar de los que mueren.

Voltaire - Tratado sobre la tolerancia...

M.A. Segarra - Tu regalo...

...Y Dios le dio al hombre el genio,
camino de sabiduría,
le instruyó
le hizo caminos,
de piedras,
de mármol,
de paja,
de tierra,
de carne,
de hororres,
de bendiciones,
le hizo caminos,
infinitos,
le dio de comer y beber
para su trayectoria,
adornó sus dias de colores,
brisas,
pensamientos,
sol,
luna... luna... luna...
el color naranja en el atardecer,
la caida agonizante de un sol impetuoso y rey,
la caida... la caida...
lo artificial,
lo que sale de la tierra,
lo que la tierra se come,
lo que el hombre traga y vomita,
la noche... la noche...
espesa y oscura,
majestuosa con olores exoticos
y palabras de amor...
palabras de odio,
palabras enterradas
que no se pronuncian nunca...nunca,
palabras como cristales que envejecen solas,
que se olvidan,
que quedan indelebles,
tatuadas,
superficiales,
arrojadas,
embravecidas, ridículas,
articuladas y vacias...
el hambre,
los sueños...
los de hoy y del pasado,
los despreciables,
los no videntes,
los que se derriban con la lluvia,
los que se miran a lo lejos
y cierran los ojos...sueños...
el parque de la esquina
donde se es ausente y recobra el sosiego...

Maria Antonia Segarra

Alanis Morissette - Uninvited...




Espectacular!
domingo, 4 de septiembre de 2011 | By: Circleliteratus

Cómo éramos antes?...

Cómo éramos antes?
antes de ti y de mi...
antes del abismo,
antes de las cadenas invisibles que me ataron a tus ojos...

Cómo éramos antes?
de qué color era el crepúsculo
que se anaranja durante su muerte...
si, antes...

Cuando la sombra en el palo aun frondoso,
se escabullia en las mañanas... y el café

Cómo éramos...?
con tus mismas manos
y tus mismos ojos
fijos mirando
asustados como estatuas en verano
ahuyetándonos de calor y frio

Cómo éramos?
toda mi memoria se ha volcado en ti...

(...)

Anita Baker - No one in the world...





No one in the world...
lunes, 29 de agosto de 2011 | By: Circleliteratus

M.A. Segarra - Escucha el tiempo pasando...

Víctor Bidó - Por el horizonte...

Quisiera tocarte.
Vida es justa la doblez
de tanta fidelidad por tierra.

Es justa la balanza con estocada
y el simple evocar acarrea
un sabor agreste.
Volver toma la redoma
en el punto roto de la nostalgia,
toma este sufrimiento
como una caravana restriega el colorido
de la mala conciencia
y en al entraña lo nunca sucedido
salvo la inquina
pero las nubes van diligentes
por el horizonte, por el horizonte.
Tránsito, vida, tránsito,
hay cariátides en el amor


viernes, 26 de agosto de 2011 | By: Circleliteratus
jueves, 25 de agosto de 2011 | By: Circleliteratus

Alvaro Mutis - Sharaya

Sharaya, el Santón de Jandripur, permanecía desde tiempos muy lejanos sentado a la orilla de la carretera, a la salida de la aldea. Allí recibía las escasas limosnas y las cada vez más raras oraciones de los aldeanos. Su cuerpo se había cubierto de una costra gris y su pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos. Sus huesos, forrados por la piel, formaban ángulos oscuros e imposibles que daban a la inmóvil figura un aire pétreo y estatuario que en mucho contribuyera al olvido en que lo tenían las gentes del lugar. Sólo los viejos recordaban aún, entre la niebla de sus mocedades, la llegada del esbelto Santón, entonces con cierto aire mundano y dueño de una locuacidad en materias religiosas que fue perdiendo a medida que ganaba mayores y más vastos dominios en su tarea de meditación al pie del camino.

A pesar del poco o ningún caso que le hacían ahora los habitantes de la aldea, y tal vez gracias a ello, Sharaya era un atento observador de la vida circundante y conocía como pocos las intrincadas y mezquinas historias que se tejían y borraban en el pueblo al paso de los años.

Sus ojos adquirieron una dulce fijeza de bestia doméstica que las gentes confundían con la mansedumbre de la imbecilidad y que los prudentes reconocían como reveladora de la luminosa y total percepción de los más hondos secretos del ser.

Tal era Sharaya, el Santón de Jandripur en el Distrito de Lahore.

La noche que antecedió a su último día fue una noche de lluvia y el río bajó de las montañas crecido, bramando como una bestia enferma, pero de inagotable energía.

Gruesas gotas han resbalado toda la noche sobre la piel del parasol que instalaron las mujeres cuando la gran sequía. Golpea la lluvia como un aviso, como una señal preparada en otro mundo. Nunca había sonado así sobre el tenso pellejo de antílope. Algo me dice y algo en mí ha entendido el insistente mensaje. Se ha formado un gran charco, con el agua que escurre por la blanda cúpula que cree protegerme. Muy pronto se secará porque se acerca una jornada de calor. Comienza el vaho a subir de la tierra y las serpientes a esconderse en sus nidos anegados. En lo alto una cometa sube en torpes cabezadas. Amarilla. Un canto de mujer asciende a purificar la mañana como un lienzo de olvido. Uno sostiene el hilo, el otro me mira largamente y con sorpresa. Me descubre, entro en su infancia. Soy un hito y nazco a una nueva vida. En sus ojos miedo, miedo y compasión. No sabe si soy bestia u hombre. Con un pequeño bambú me busca el dolor y no lo encuentra. Corre hacia el otro, que lo aleja sin volver a mirarme. El Santón de Jandripur. Hace mucho tiempo. Ahora otra cosa y muchas cosas: un Santón, entre ellas. La vastedad de mis dominios se ha extendido hasta el curvo horizonte sin principio ni fin. Vuelve. Extiende su mano hasta tocarme, sin el bastoncillo que lo protegía. Lejano como una estrella o tan cerca como algo que sueño. Es igual. Lo llama su compañero. Cae la cometa, lentamente, buscando su muerte, naciendo. Los árboles la ocultan. Cae al río donde la espera un largo viaje hasta cuando se deslía el papel. Entonces, el esqueleto irá hasta el mar y allí bajará a las profundidades. A su alrededor reconstruirán los corales y las ostras la sólida sombra de su antigua forma y en ella dejarán los peces sus huevos y los cangrejos taparán a sus crías con arena. Irán a morir allí las grandes mantas y sobre sus cadáveres los peces fosforescentes cavarán sus madrigueras de blanda materia en transformación. Un pequeño desorden se hará al paso de las corrientes submarinas y muchos siglos después el breve remolino surgirá a la superficie y luego todo volverá a ser como antes. Un tiempo sin cauce como un grito sin voz en el blanco vacío de la nada. Le llaman vida, presos en sus propias fronteras ilusorias. La mañana se anuncia con este camión. Dos más. Anoche pasaron varios. Soldados de las montañas. Cabecean trasnochados, sostenidos en sus fusiles. No pasa. Se atasca en el lodo de la orilla. El motor gira locamente, ruge con furia, se detienen, vuelve a gemir. Cortan ramas. Vienen otros. Tanques; siete. Lo empujan. Pasa. Gritos. Pobres gritos de rabia contra el agua, contra el barro. Ahora cantan. Cantan el desastre, cantan su sangre, sus mujeres, sus hijos, cantan sus vacas esqueléticas. La gran madre paridora. Mueren de muerte de vida de soldado obediente a la tumba. Campesinos, tejedores, herreros, actores, acólitos del templo, estudiantes, letrados, ladrones, hijos de funcionarios, hombres de las máquinas, hombres del arroz, hombres de los caminos. Se llaman igual, sus rostros son iguales, su muerte es la misma. Desde lejos viene el silencio como una gran red de otro mundo. Los insectos comienzan a despertar. Era una serpiente entre las hojas. La misma, tal vez, que pasó anoche por entre mis piernas. Agua y sangre en frías escamas articuladas. La madre de todos recorre sus dominios, y de sus viejos colmillos mana la leche letal de los milenios. Los deudos venían a menudo para preguntarme la razón de su duelo, mientras el humo de la pira alzaba su sucia tienda en el cielo. Pero ya entonces hacía mucho tiempo que la palabra me fuera inútil y nada hubiera podido decirles. De todas maneras ya lo sabían, pero en otra forma, como sabe la sangre su camino, ciegamente, inútilmente. Temen a la muerte y después descansan en ella y se suman a su fecunda tarea y bajan en cenizas por el río, dejando la tufarada agria de nueva vida, alimento y abono de otros mundos. Huyó tras la maleza. Siente los pasos antes que todos. Hombres de la aldea con sus carretas. Todo se lo llevan. El gran lecho matrimonial regalo de los misioneros. Falso oro chillón y oxidado de sus copulaciones. Huyen entonces. El alcalde con su mujer hidrópica. Miente cuando viene a orar. Los sacerdotes del pequeño templo. Ruedas irregulares que se bambolean y patinan en la usada caja del eje. Vidas incompletas, trozos apenas de la gran verdad, como la costra gris que ensucia la piscina después de las abluciones. Nata de mugre, corazón de la miseria, escala del desperdicio. Y tan seguros en su afán mismo de huir. Otra destrucción los empuja, más honda, la única y verdadera catástrofe en la oscuridad agobiadora e inquieta de su instinto. Vuelven a mirarme. Los más viejos. No sé leer sus ojos. Tampoco puedo ya decirles cómo es inútil escapar de lo que está en todas partes. Es como los que rezan para tener fe o los que labran la tierra para dar de comer a los bueyes que tiran del arado. Y toda la impedimenta de sus astrosas pertenencias. Me dejan ofrendas. Lo que no quieren llevar, lo que les es ajeno en su huida. La viuda con sus hijos. Ojosa, flacos pechos muertos. Flores del templo. No se atreve a tirarlas ni tampoco a dejarlas frente a los ídolos que mañana serán destruidos con la misma furia que los hizo nacer. No irá muy lejos, está señalada, apartada, escogida entre todos. Andra, la que bailó desnuda toda una noche ante el Santón. Sus hijos recordarán un día: «...cuando huimos de Jandripur ella murió en el camino, la subimos a la copa de un árbol muy alto y allí descansó, visitada por los vientos y lavada por las aguas del mundo. Vigilándonos por varios días hasta cuando la perdimos de vista...». Y, sin embargo, tampoco será como ellos creen. No exactamente. Otras cosas habrá que se les ocultarán para siempre y que, sin embargo, llevan consigo. Con la muerte de su gran madre paridora de la muerte, la de los saltos de sangre, la que truena levemente los huesos, la que lima la linfa en su lomo. Miran hacia atrás al silencio de sus hogares abandonados donde gritarán por mucho tiempo todavía sus deseos y sus miedos, sus miserias y sus exaltaciones, tratando de alcanzarlos en su camino. Soldados. Escolta huyendo con banderas de señales. Lo veo. Me ve. Letras y palabras. Me mira. Ir. No sabe. El último. Solo. Tal vez. No sé de qué estoy solo. Vuelve a mirarme, se va tras los otros. Una espada que inventa la cinta azul de su hoja con la palabra de los dioses de la guerra labrada torpemente.

Al mediodía, Sharaya alargó la mano y tomó la mitad de una naranja medio seca y comenzó a masticar un pedazo de la cáscara tenazmente perfumada. El calor de la siesta expandió el aroma de la fruta entre una danza de insectos enloquecidos y que chocaban contra la vieja piel del privilegiado. El ruido de las aguas se fue debilitando y el río tornaba a su antiguo cauce. Cuando comenzó a caer el sol un leve sopor fue apoderándose de los anquilosados miembros del Santón e infundiéndole la beatitud inefable del que sueña descubriendo las pistas secretas de su destino.

Aguas en desorden, saltando y salpicando la fría espuma de la corriente. Agua de las montañas que baja danzando en remolinos y se remansa en el vientre que gira lento, liso y tibio, protegido por el rotundo cáliz de las caderas. Olor de especies quemadas en la pequeña plaza y el agudo sonar de los instrumentos que narran los incidentes de la danza. Risa en la boca sin dientes de la vieja mendiga, risa de la carne recordando, comparando. Lazo implacable y una gran dulzura en el pecho pesando y doliendo y largas tardes del ir y venir de la sangre en sorpresivas mareas y la vecindad de la dicha, la pequeña dicha del hombre, hermana del terror, la breve dicha de dientes de rata comiendo y mascando. Un vasto palio de ceniza sobre la memoria de la carne. Viaje a la sede de los amos de entonces. Los tímidos pastores dueños de una porción del mundo, convertidos en puntillosos comerciantes, pacientes, tercos, soñadores, desamparados fuera de su isla. Hélices mordiendo las turbias aguas de la desembocadura. Una mancha interminable y amarillenta anticipa la gran ciudad bulliciosa de los funcionarios, donde la sabiduría asciende por escaleras simétricas maculadas por el húmedo hollín de las máquinas. Tierras de la razón. Por la plaza hombres y mujeres se apresuran entre la grasosa niebla del ocaso. Colores saltando, un vaso se llena de luces que desaparecen para dar lugar al trazo azul y verde, tome, tome, tome, tome. Salta la espuma del bautismo, salta en el tránsito sombrío de los inconformes y laboriosos amos. Aguas que chorrean sobre las espaldas bautizadas en la raída sombra de la selva, entre gritos de aves y chirrido de insectos. La piel del más sabio, del más viejo, arrugada bajo las tetillas colgantes, mojándose con el agua de la verdad, la que lava antiguas y nuevas concupiscencias, la que borra los títulos ganados en vastas construcciones de piedra, madres de sutiles argumentos. Mi padrino y mi maestro, segundo padre midiendo la superficie de la tierra, chacal virgen de verdad, un sapo amargo, padre de la verdad. Y, por fin, la última lucha al lado de ellos, mis hermanos. Las manifestaciones, las prisiones en las montañas, el partido y sus ramificaciones clandestinas trabajando como venas de un cuerpo que despierta. Aquí mismo, cuando todo parecía haber entrado pacíficamente en orden, hubiera podido aún ser el amo, dictar la ley bajo mi parasol, moverlos hacia lo bueno o hacia lo malo, según conviniera a su destino, predicar una doctrina y hacerlos un poco mejores. El comisionado de bigote rojizo y nuca sudorosa, argumentando a la luz de la sucia lámpara del cuartel. Su antiguo y probado camino de razonamiento por el cual transitan tan seguros pero tan lejos de sí mismos, ahogando sus mejores y más ciertos poderes: «Ninguno sabe por qué les hablas. No les interesa, como tampoco saben por qué estoy aquí, como tampoco lo sé yo. El único que tiene ya todas las respuestas eres tú, pero de nada han de servirte. Siempre se llega al mismo sitio. Tú eres el Santón. No todos pueden serlo. Ellos ponen la ira destructora y el fecundo deseo. Tú miras, indiferente hacia el negro sol de tus conquistas interiores y eres tan miserable y tan pobre como ellos, porque el camino que has recorrido es tan pequeño que no cuenta ante la larga jornada que te propones hacer movido por el engañoso orgullo que te amarra. Ponte a su lado y guíalos y ayúdame a imponer autoridad y a entregar las cosas en orden. Después, ya se las arreglarán como puedan; pero tú que has vivido y te has formado entre nosotros, sabes que nuestra razón es la única a la medida de los hombres. Lo demás es locura. Tú lo sabes». Una pálida cobra, piel de la verdad. Sueño mi vuelta al único sueño que está unido por un extremo a la divinidad que no dice su nombre, al padre y a la madre de los dioses, fugaces fantasmas esclavos del hombre. Sueño mi sueño soñando el sueño del que levanta el pie en la posición del elefante, del que te dice “no temas” con el arco de sus dedos, del portador del fuego, del que viaja en el lomo de la tortuga. La hora viene, vino hace muchas horas y no termina de llegar.

Sharaya se quedó dormido, y en la pesada siesta de la abandonada Jandripur comenzaron a entrar las primeras unidades del ejército invasor. Instalaron sus tiendas y ordenaron sus vehículos. Cuando el Santón despertó, la aldea comenzaba a arder y las húmedas maderas de las casas estallaban en el aire tierno del ocaso nublando el cielo con las altas columnas de humo. Eran muchos, y el roncar de los camiones y de los tanques que seguían llegando indicaba que no se trataba ya de una pequeña avanzada sino del grueso del ejército. Un altoparlante comenzó a dar instrucciones en el agudo y destemplado idioma de las montañas, sobre cómo debían conducirse los soldados en la comarca y sobre las precauciones que debían tomar para cuidarse de los que quedaban escondidos para organizar la resistencia. El ajetreo duró hasta muy entrada la noche, cuando un gran silencio se hizo en la aldea y sus alrededores.

Duermen agotados después de la carrera. Piensan seriamente en la redención de los pueblos, en la igualdad, en el fin de la injusticia, en la fraternidad entre los hombres. Ellos mismos traen un nuevo caos que también mata y una nueva injusticia que también convoca la miseria. Es como el que se lava las manos en un arroyo de aguas emponzoñadas. Ahí vienen dos. Alumbran el camino con una linterna de mano. Campesinos también, jóvenes, casi niños. Una mujer con ellos. Prisionera tal vez o ramera que los sigue para comer y guardar algún dinero. La están desnudando. El viejo rito repetido sin fe y sin amor. Les tiemblan las manos y las rodillas. Vieja vergüenza sobre el mundo. Ella ríe y su piel responde y sus miembros responden a la ola que crece en el cuerpo que la oprime contra la tierra. Madre necesaria. Renacen unidos en la sede de todos los orígenes. Gimen y ríen al mismo tiempo. Un solo cuerpo de dos cabezas ebrias y acosadas en el vértigo de su propio renacer, de su larga agonía. El otro sonríe con timidez. Sonríe de su propia vergüenza y espera. Sembrar hijos en la tierra liberada. Terminaron. Ella se viste. El otro me alumbra con la linterna.

Los soldados y la mujer se quedaron absortos ante el extraño amasijo de trapos mugrientos, alimentos descompuestos y las carnes momificadas del Santón. Evitaron la mirada ardiente y fija de Sharaya, testigo del breve placer que le robaran a sus oscuras vidas perecederas. Bien poco quedaba al Santón de forma humana. La mujer fue la primera en apartar su vista de la hierática figura y comenzó de nuevo a envolverse en sus ropas. Los dos soldados seguían intrigados y se acercaron un poco más. Por fin, el que había esperado, reaccionó bruscamente. «Parece un Santón -dijo-, pero no podemos dejarlo observando el paso de nuestras fuerzas. Ya nos ha visto y ha contado sin duda nuestros camiones y nuestros tanques. Además, nadie vendrá ya a consultarle y a venerarlo. Ha terminado su dominio». El otro se alzó de hombros y, sin volver a mirar, tomó a la mujer por el brazo y se alejó por la blanquecina huella del camino. Antes de alcanzarlos, el que había hablado alzó su ametralladora y apuntó indiferente hacia la ausente figura apergaminada, hacia los ausentes ojos fijos en el perpetuo desastre del tiempo y soltó el seguro del arma.

En cada hoja que se mueve estaba previsto mi tránsito. La escena misma, de tan familiar, me es ajena por entero. Cuando el mochuelo termine su círculo en el alto cielo nocturno, ya se habrá cumplido el deseo de las pobres potencias que nos unen, a él que me mata y a mí que nazco de nuevo en el dintel del mundo que perece brevemente como la flor que se desprende o la marea salina que se escapa incontenible dejando el sabor ferruginoso de la vida en la boca que muere y corre por el piso indiferente del pobre astro muerto viajero en la nada circular del vacío que arde impasible para siempre, para siempre, para siempre.